“Dos pesos de agua” y los millones que aún debemos al país cada vez que llueve
En “Dos pesos de agua”, Juan Bosch expone con dolorosa claridad la tragedia de la pobreza estructural: un hombre humilde, enfrentado a un sistema indiferente, debe cargar sobre sus hombros una necesidad tan básica como el agua. Es un cuento que parece sencillo, pero encierra una verdad cruda: en la República Dominicana la vulnerabilidad nunca se distribuye al azar; siempre cae sobre los mismos.
Hoy, casi un siglo después de que Bosch moldeara esa historia, la realidad nacional confirma que seguimos atrapados en ese mismo ciclo. Solo que ahora los “dos pesos de agua” se han convertido en millones de pesos en pérdidas, vidas interrumpidas y barrios enteros que quedan a la deriva cada vez que cae un aguacero. Y lo más doloroso es que, al igual que en el cuento, los más afectados son siempre los que menos tienen y los que menos responsabilidad tienen sobre el problema.
Cuando llueve en la República Dominicana, no ocurre simplemente un fenómeno natural; lo que se desborda es la evidencia de décadas de falta de planificación estatal. Los drenajes colapsan, los arroyos arrastran casas, las calles se convierten en ríos improvisados y las ciudades quedan paralizadas, como si la lluvia fuera una sorpresa y no un evento predecible en un país tropical.
La tragedia del agua vuelve a repetirse y el Estado como el intermediario indiferente del cuento de Bosch siempre llega tarde, siempre reacciona, siempre promete, pero pocas veces transforma la raíz del problema.
Las autoridades anuncian limpiezas de tuberias, operativos preventivos y comités de emergencia, pero no se ejecutan las obras estructurales que harían innecesarias esas medidas improvisadas. Se controla el caos, pero no se previene. Se administra la crisis, pero no se resuelve. Y la ciudadanía paga en pérdidas, en estrés, en indignación los costos de una obra pública que sigue siendo postergada.
El país no puede seguir siendo un personaje de Bosch atrapado en la misma tragedia
El cuento retrata a una República Dominicana marcada por la desigualdad, donde las necesidades más básicas dependen de voluntades ajenas. Hoy, cada vez que llueve, miles de dominicanos se convierten en ese personaje boschiano: a merced del azar, del abandono y de un Estado que promete mucho pero resuelve poco.
Los gobiernos pasan y el país sigue sin:
- Un sistema de drenaje moderno y funcional en las principales ciudades.
- Una política de ordenamiento territorial que evite construcciones en zonas vulnerables.
- Inversión sostenida en infraestructura hídrica, no solo en respuesta inmediata.
- Planificación urbana que represente a todos, no solo a los sectores privilegiados.
Como resultado, cada lluvia no solo provoca inundaciones; provoca frustración. Cada charco profundo se vuelve una metáfora del estancamiento institucional. Cada hogar afectado es un recordatorio de lo que Bosch denunció: que la indiferencia del poder también mata, aunque lo haga lentamente.
La obligación del Gobierno: que el agua deje de ser tragedia y vuelva a ser vida
La crítica es un llamado urgente. Ningún país puede avanzar si cada fenómeno natural lo devuelve al punto de partida. Ningún gobierno puede hablar de desarrollo mientras la población tema a cada nubarrón.
La República Dominicana necesita un Estado que piense más allá del próximo aguacero, del próximo titular, del próximo boletín. Necesita un Estado que planifique, invierta, ejecute y acompañe. Que entienda que la lluvia es un recurso, no un enemigo. Y que la infraestructura no es un gasto, es un salvavidas.
Si Bosch viviera hoy, probablemente no tendría que escribir “Dos pesos de agua”, porque la realidad misma le daría material de sobra. Nuestra tragedia es que la historia que él denunció sigue repitiéndose, ampliada y modernizada, pero igual de dolorosa.
La pregunta es: ¿seguirá el Gobierno permitiendo que esta narrativa se repita cada año?
O, por fin, ¿tendremos una administración capaz de romper este ciclo y darle al país lo que merece?
Porque ya no son dos pesos de agua, somos todos pagando un costo que hace tiempo debió ser resuelto.